Nuestro mural Fibras es una apuesta segura, es la mejor forma de vestir tu pared sin excesos, de forma elegante y natural. Sobre una base de lino, con sus imperfecciones, sus nudos y seleccionamos una gama de colores ideal para cualquier estancia o hogar.
Nuestros murales Calm pueden transportarte al mar, pero también al desierto…con largas pinceladas que se funden en diferentes tonalidades para crear un degradado sutil y elegante.
Este diseño contiene acuarelados, desgastes y envejecidos a modo de manchas que forma parte del diseño y que le da un toque muy especial.
Un dibujo acuarelado de hojas de eucalipto que se funde sobre una base de lino, así es nuestro papel pintado Nature. Puedes elegir su versión más natural, en tonos verdes con toques rojizos suaves, o puedes optar por sus versiones monocolor en gris, camel o rosa. Cualquier elección será un acierto seguro con este diseño delicado y elegante.
El papel pintado Shibori simula un tejido teñido de forma natural, creando formas irregulares que se unen y se separan en una selección de tonos suave y delicada.
Nuestro papel pintado Herring combina dos tonos creando una composición elegante y atemporal en forma de espiga. Inspirado en el mítico dibujo Herringbone Tweed hemos apostado por tonos frescos y luminosos: amarillo, azul, verde y gris para que se adapte a todos los estilos.
Es agosto, ha llegado mi primo y me viene a buscar con su bicicleta con pastillas de freno hechas con corchos de botellas de sidra, ¡vamos, que ya tengo el bote! Nos vamos a la vera del monte, allí, por los caminos que bajan a Barayo, nuestra playa, con un bote de cola-cao vacío y limpio aprovechamos para ir parando cada poco a recoger moras, una para la boca, dos para el bote, de ahí haremos un pastel, bueno… nos lo hará mamá o madrina ¡o ambas!
A vueltas con un papel vintage, romántico pero sutil para una cocina, íbamos a empapelar toda la pared y también una zona de baldas, pero a él no le gustaban mucho las flores, no quería cansarse del color, así que rebajamos, y después volvimos a rebajar y al final salió. Justo lo que Sara y Sergio querían, nuestro primer papel de la colección, Monzon, por Monzoncillo, el apellido de mi clienta.
Desde pequeña he caminado por los acantilados de mi pueblo, parando a cada rato para recoger manzanilla de los muros medio derruidos, de entre la pizarra de las propias rocas, el olor es espectacular y el contraste con el mar agreste, no te deja indiferente.
Nunca olvidaré la época en que montaba a caballo, cuando con mi yegua Tussa salía a recorrer los prados y también las montañas, cuando iba con mi hermana y mi cuñado y un puñado de amigos a bajar los caballos de la montaña para la rapa, en esos momentos en medio de la montaña, en lo alto, rodeada del brezo más verde, más granate, me sentía libre, con el viento ya algo frío del otoño o del final de la primavera en la cara y con las vistas infinitas de los valles morados por el brezo en la distancia.
Una suave brisa acaricia el prado asturiano esta mañana, la hierba alta, los dientes de león y las margaritas se alzan, en la distancia se aprecia el corte con el acantilado y el mar, tumbada en la hierba, mirando al cielo, las margaritas por encima de la cabeza se mecen con el viento.
Siempre asturianos, salgo de casa, doblo la esquina y los helechos coronan toda la parte alta del muro del vecino, un muro viejo, sabio y con mucho que contar. Si giro en el camino hay helechos por las esquinas bajas, entre pizarras y arcillas, siempre creciendo, año tras año, ayudando a nuestro mundo con su forma de purificar el aire, cuando veo helechos pienso en mi pueblo, en mi niñez, en lo que ha quedado atrás y es como volver a casa.
Cuando era pequeña pasaba mucho tiempo sola, no porque no tuviera con quien jugar, sino porque necesitaba estar sola. Frente a mi casa en el pueblo había un bosque, de aquella era un bosque tupido, con arboles autóctonos y algún pino y eucalipto disperso y con una cantidad enorme de helechos gigantes. Me encantaba hacerme un fuerte y una cabaña con los helechos, iba con un gran cuchillo y los cortaba, los ponía unos encima de otros y así hacia mi pequeña casa de helechos mientras pensaba en la cantidad de casas que haría para otros cuando fuese mayor.
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